Voces de argonautas débilmente detenidas por apenas
el grosor de las paredes. Amor en las palabras, fe en las palabras: lo demás
quedaba goteando escaleras abajo, riendo escaleras arriba. Y la muerte en la
metralla. La muerte en las cárceles. Y la desolación jamás en nuestros
corazones, el odio jamás en nuestros puños. Lágrimas en nuestros ojos cuando se
alzaba trémula la voz del buen Nazim, buscándole arreglo a este mundo. Los días
de la camisa floja, el pelo enmarañado y el libro firmemente asido por la mano.
Los días sin medida, agitadores de copas y canciones, de amor y olvidos de una
noche anotados pulcramente entre líneas de un poema abandonado a la desolación
de una libreta.
Inconteniblemente anochecemos y la confianza se
torna amarga de distante…
Esta ya es la otra vida, compañero. De pronto se
acabaron los sueños. Este es el Siglo joven y vivimos el crimen de otra guerra.
Nuestra voz se inicia en la violencia, concluye en la violencia. Interminables
crepúsculo de sangre para inaugurar el día. Ese día en que el pan y el vino
amargarán los vientres hasta hacerlos estallar. No habrá salida posible para
nadie. Escojamos, pues, los sitios y las armas.
¡Aquí todo
será fruto de tormenta!
-Jaime Augusto Shelley
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