domingo, 2 de diciembre de 2012

Carta


 
 San Cristóbal, Tuxtla, calle San Antonio. La tertulia, las botellas rodando, el libro asido firmemente por la mano (quizá lo único firmemente asido), la voz recitando entrecortada a Pablo, al viejo Nicolás, al buen Nazim. Voces irradiando una quimera.

Voces de argonautas débilmente detenidas por apenas el grosor de las paredes. Amor en las palabras, fe en las palabras: lo demás quedaba goteando escaleras abajo, riendo escaleras arriba. Y la muerte en la metralla. La muerte en las cárceles. Y la desolación jamás en nuestros corazones, el odio jamás en nuestros puños. Lágrimas en nuestros ojos cuando se alzaba trémula la voz del buen Nazim, buscándole arreglo a este mundo. Los días de la camisa floja, el pelo enmarañado y el libro firmemente asido por la mano. Los días sin medida, agitadores de copas y canciones, de amor y olvidos de una noche anotados pulcramente entre líneas de un poema abandonado a la desolación de una libreta.

 

Inconteniblemente anochecemos y la confianza se torna amarga de distante…

Esta ya es la otra vida, compañero. De pronto se acabaron los sueños. Este es el Siglo joven y vivimos el crimen de otra guerra. Nuestra voz se inicia en la violencia, concluye en la violencia. Interminables crepúsculo de sangre para inaugurar el día. Ese día en que el pan y el vino amargarán los vientres hasta hacerlos estallar. No habrá salida posible para nadie. Escojamos, pues, los sitios y las armas.

 

¡Aquí todo será fruto de tormenta!

 

-Jaime Augusto Shelley

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