lunes, 27 de mayo de 2013

NOCHANIJKAUAN/ MI GENTE


NOCHANIJKAUAN

Se tonajle nochanijkauan
okinemilijkej yeskej ken se tototsintle,
pampa ijkon ueliskej patlaniskej.
Chika yolik okinemilijkej,
oyejkokej tsopilomej niman inka intenchochopiyas,
okitetsojtsopinijkej niman okechkixtijkej ajakatsintle.
Aman te
tlayouisyotl niman xochitonaltsintle
inuaxka on xkuajkualtin tsopilotexipaltin.

MI GENTE

Mi gente
quiso ser ave un día,
con el simple placer de volar.
Pero tardaron en decidir
y llegaron los buitres y con sus filosos picos
picotearon al viento y le cortaron la cabeza.
Hoy por hoy
el día y la noche secuestrados están
por esos sucios y violentos  pajarracos.

NAUE TONALPOUAJLE

Xepeua tonajle kuak koxtika ajakatsintle,
kuak totomej tekimilijtokej ipan kojtsitsintin
niman ne iluipan
sitlalkokonej sapakej notlatlalouaj.

Pone tonajle ika ikuikalis se kaxtiltsintle,
kuak tonajle yemanka kochkamakoyaue
noso kuak se tepetl kinaman uajnixtenmatlalojti.

Tsiotlake tonajle ikuatipantsin tepeyo,
kuak peuaj nokuikatlaliaj atentsitsitnin,
niman peua notlatlaloua ajakatsintle.

Tlame tonajle kuak peuaj tlajuaj tepostlauilanaltin,
kuak tlatotopokaj ika miktepostin 
niman kuak kintentsakuaj xankaltsitsintin.



CUATRO MOMENTOS DEL DÍA

Aún no comienza el día cuando el viento duerme,
cuando las aves permanecen arrulladas entre los árboles
y allá en el cielo
las estrellas-infantes alegres juegan a las agarradas.

Brota el día con el primer canto del gallo,
con el tibio bostezo de sol
y el entreabrir del ojo de cada montaña.

Atardece el día con el ocaso cotidiano,
con el cantar de los ríos
y el suave correr del viento.

Anochece el día con el ladrido de carros
el grito de las metrallas
y el silencio fúnebre de las casas de adobe.

Martín Jacinto (6 de febrero de 1983)

viernes, 24 de mayo de 2013

Con un poco más de voluntad


Podría tomar mi revolver
y salir a cambiar el mundo.
Estas manos podrían levantar
la guillotina más grande
de todos los tiempos
o hacer nudos que se ajusten
con delicadeza al cuello
de cualquier pecado.

Podría prenderle fuego
a los barrios ricos
y volar el Parlamento
en mil pedazos
para que tú y los otros niños
puedan jugar a amontonar
ruinas y construir finalmente
una civilización justa.

Podría formar a toda nuestra generación
frente al muro de lo que sea que llamemos verdad
y terminar con el inútil desfile de ideologías.

No, no creas que exagero;
esta oscuridad, esta desesperación
de la que tanto te he hablado
bastaría para corregir la historia
o destrozarla de una vez por todas.

Y sin embargo estoy aquí,
sentado con una pluma en la mano,
y si fuera tú me sentiría
agradecido por ello.

Fernando Narváez

lunes, 20 de mayo de 2013

Rabia


Pensamientos ensimismados,


política infértil,


que es vanagloriada
en púlpitos y certámenes.


¡grita! ¡grita!
expón tu punto,


convirtiéndote en líder
de las grandes esferas.


Deja que el pueblo
grite su rabia,


acallada por la miseria,
el hambre y las metrallas


salvajes que los matan
tu no eres parte de ese pueblo,


descalzo y mal comido
que jamás ha leído a Platón


y la única dialéctica que conocen
es la tesis de la vida y
la antítesis de su muerte.


Pinches muertos de hambre
que ensucian con su pobreza y sangre 


las banquetas por las que caminas,
ellos son resultado de tu amada política,


que no los toma en cuenta,
jodida practica de hambrientos de poder.


Deja que el pueblo grite su rabia,
envueltos en violencia,


práctica legítima del Estado,
un estado de fraudes,


Estado de miseria,
Estado asesino.


Descansa en paz
sube a tu púlpito tranquilo,


debate entre intelectuales
acerca de este Estado fallido


y el Estado de derecho inexistente,
obtén un galardón más,


mientras nosotros el pueblo
gritamos nuestra rabia,


luchamos por nuestra vida
y lloramos la de nuestros hermanos


que murieron ante las balas
y la indiferencia


de tu amado Estado,
gritamos con rabia


la falta de justicia
que está mas puteada


que María Magdalena
¿te vas a quedar ahí?

con los ojos velados por los premios,

pobre joven intelectual


que obtiene un galardón más
y grita de rabia menos.




-Luisa Huitzilxochitl

viernes, 17 de mayo de 2013

La hora de la siembra


Y no nos han dejado otro camino.
Y está bien que así sea.
Recibimos el golpe en la mejilla,
la patada en la cara.
Y pusimos la otra mejilla,
silenciosos y mansos,
resignados.
Entonces comenzaron los azotes,
comenzó la tortura.
Llegó la muerte.
Llegó noventa mil veces la muerte.
La labraban despacio,
riéndose,
con alegría de nuestro sufrimiento.

Ya no se trata sólo de nosotros los hombres.
El saqueo constante de nuestras energías,
el robo permanente del sudor
-en cuadrilla, a mano armada, con la ley de su parte-.
Ya no se trata sólo de la muerte por el hambre.
Ya no se trata sólo de nosotros los hombres.
También a las mujeres,
a los hijos,
a nuestros padres y a nuestras madres.
Las violan los torturan los matan.
También a nuestras casas
las queman.
Y destruyen las siembras.
Y matan las gallinas, los marranos, los perros.
Y envenenan los ríos.

Y no nos han dejado otro camino.
Y está bien que así sea.

Trabajábamos.
Trabajábamos más allá de las fuerzas.
Empezábamos a trabajar cuando aprendíamos a caminar
y no nos deteníamos sino al momento
de morirnos.
Nos moríamos de viejos a los treinta años.
Trabajábamos.

El sudor era un río que se bifurcaba:
de un lado se volvía miseria, fatiga y muerte para nosotros;
de otro lado, riqueza, vicio y poder para ellos.
Sin embargo,
seguimos trabajando y muriendo siglo tras siglo.
Pero ni aún así se ablandaban sus caras frente a nosotros.
Vinieron con sus armas
y sus armas vinieron a matarnos.

Y no nos han dejado otro camino.
Y hemos tenido que empuñar las armas
también nosotros.

Al principio eran las piedras,
las ramas de los árboles.
Luego, los instrumentos de labranza,
los azadones, los machetes, las piochas,
nuestras armas.

Nuestro conocimiento de la tierra,
el paso infatigable,
nuestra capacidad de sufrimiento,
el ojo que conoce y reconoce cada hoja,
el animal que avisa,
el silencio que aprieta las quijadas.
Esas fueron primero nuestras armas.

No teníamos armas.
Ellos sí que tenían:
las compraban con nuestro trabajo
y luego las usaban contra nosotros.

Ahora tenemos armas:
las de ellos.
Cuando vinieron nocturnos a matarnos
les salimos al paso,
caemos como rayos
y tomamos las armas,
agarramos las armas.

Cada fusil cuesta muchas vidas.
Pero son más las muertes que nos cuesta
si sigue en manos de ellos.

Y no nos han dejado otro camino.
Y está bien que así sea.
Porque esta vez
las cosas
van a cambiar definitivamente.
Están cambiando.
Ya cambiaron.
Cada bala que disparamos lleva
la verdad del amor por nuestros hijos,
por nuestras mujeres y nuestros mayores
y por la tierra misma y por sus árboles.

Y por eso hay mujeres y niños combatiendo junto a nosotros.

Cuando sembramos el maíz,
sabemos que deberán pasar lunas y soles
hasta que la mazorca sonría con sus granos y se vuelva alimento.
Y cuando disparamos nuestras armas
es como si sembráramos
y sabemos
que deberá venir una cosecha.
Tal vez no comeremos nunca nuestra siembra.
Pero quedan sembradas las semillas.

Las balas que ellos tiran solo llevan muerte.
Nuestras balas germinan,
se vuelven vida y libertad,
son metal de esperanza.

Las cosas han cambiado.
Y está bien que así sea.

Hemos limpiado y aceitado el arma.
Echamos las semillas en la alfora y emprendemos la marcha
serios y silenciosos por entre la montaña.

Es la hora de la siembra.

Manuel José Arce (1935-1985)

viernes, 10 de mayo de 2013

miércoles, 8 de mayo de 2013